lunes, 15 de septiembre de 2008

Pasión Silvestre

Un suave aroma a tomillo y lavanda penetró por mi nariz, al tiempo que la primera luz del amanecer me iluminaba la retina con un brillo nacarado. El esplendor del campo abierto, cubierto de rocío y despertando a un nuevo día, llenó mis miembros de vigor y estimuló mi naturaleza animal de un modo salvaje.

Como cada día, me desperecé largamente y dejé que la sangre caliente fluyera a lo largo de todo el cuerpo, liberándome del entumecimiento nocturno.

Caminé unos cuantos pasos y miré a mí alrededor, no había nada a la vista pero sin embargo la sensación de una fuerte presencia empezó a inquietarme.

Un sutil olor a hembra se manifestó de improviso, haciendo que se me dilataran las pupilas y acelerándome la respiración. Miré con gran atención y allí estaba ella.

Era preciosa !!. Su figura estilizada, de suaves curvas y redondas turgencias, se mostró ante mí en todo su esplendor. El contraluz del Sol mostraba su contorno rodeado de una miríada de diminutos granos de luz, que brillaban y giraban en enloquecidas danzas de fulgor.

Nos miramos mutuamente y una corriente eléctrica saltó entre nosotros. Me dirigí hacia ella y nuestros rostros se acercaron hasta casi tocarse. El olor de su pelo sedoso y la calidez de su cuerpo me envolvieron como un velo de seda. Una tremenda excitación me erizó el vello y el corazón latió desatado como queriendo salirse del pecho. Sentí que la pasión se derramaba como un charco de agua sucia.

Retrocedió unos pasos y se paró sobre una plataforma de piedra alfombrada de tréboles silvestres y rosas de Genciana, que con el calor del Sol naciente exhalaban sus aromas y nos rodeaban de una atmósfera pesada y sensual.

Me situé detrás, mientras que ella con la respiración agitada y un imperceptible temblor en el cuerpo, esperó inmóvil mi reacción.

Sujeté sus caderas con las manos y pegué mi cuerpo contra el suyo. Un estremecimiento nos recorrió al unísono. Reaccionó instantáneamente, abriendo las piernas y ofreciéndome su jugoso fruto del placer.

Ciego de pasión, me introduje dentro de ella de una manera violenta y explosiva. Noté como la sangre se agolpaba en mi rostro y casi sin darme cuenta inicié una frenética danza pélvica.

Tres segundos más tarde todo había terminado. Con gran satisfacción, solté mis manos de sus caderas y las puse en el suelo.

Ella avanzó unos pasos y sin mirar para atrás se alejó dando pequeños saltitos, mientras olisqueaba unas ramitas de salvia.

La pequeña conejita se distanció de mí suavemente mientras que yo, ya satisfecho mi ardor, me concentraba en buscar las jugosas zanahorias silvestres que solían formar parte de mi desayuno.
Quizá en poco más de un mes, unos gazapillos como temblorosas bolas peludas manifiesten mi virilidad matinal.

Para ser sinceros, me importa un bledo.

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