lunes, 15 de septiembre de 2008

El Asceta

Me convertí en un asceta de metrópoli, sin ganas de probar ningún tipo de contacto carnal que me devolviese el recuerdo de sabores lejanos y sabrosos.

Aniquilado de deseo, no podía incitar mi cuerpo a recordar momentos gloriosos de placer, ni siquiera las mujeres de las marquesinas de los autobuses que sonreían insinuantes en ropa interior, hacían que se alegrara el que antes había sido el miembro mas importante de mi cuerpo.

Me encerré en casa y me dispuse a darme una ducha purificante. Abrí la alcachofa que empezó a escupir agua, primero un poco fría luego más cálida, tan tibia como mi propia temperatura corporal. El agua caía como agua de lluvia, abundante, leve. La fuerza del agua dibujaba mapas de gótitas en mi espalda. Me senté debajo de la ducha y escondí mi cabeza entre las manos. Experimenté la necesidad de estirarme en la bañera, coloqué mi espalda contra la pared de la bañera. Tensé mis piernas haciendo fuerza de palanca contra la otra pared y apoyé mi abdomen sobre el suelo de la bañera. El chorro casi con vida propia pareció moverse y mojar con fuerza mi abdomen que descansaba plácido. Si, ese agua cálida, golpeaba mi sexo griego que había sido abandonado a su suerte.

El cosquilleo del agua tenia poderes milagrosos. Lo supe a través de la abundante cortina de agua que separaba mi cabeza de la parte inferior de mi cuerpo. Sentí que reaccionaba como en el pasado y mi voluntad no servía para someterlo. El agua implacable caía en mí miembro, con orgullo se elevó al ritmo de la caída del agua sin ayuda. Yo, atónito, al otro lado de la cortina de agua, observaba el milagro. Consciente busqué más excitación, más placer, y moví mis caderas al son del agua, no quería que se acabara ese baile.

Me movía en silencio con la respiración casi contenida, sabiendo que eran unos momentos íntimos de placer desconocidos. Jadeé con furia. Dejé que por mi boca, se escaparan gritos que bramaban alegría, por fin sabia que era posible lograr un placer solitario. La furia del agua que escupía mi propio cuerpo, me llevaron al extremo del placer, tumbado en la bañera.. Sin mirones ni observadores letales de mi deseo, me sentí libre por fin de gozar conmigo mismo en un sólo acto brutal.

Me sorprendí acariciando mi propio cuerpo, con vicio, admirando lo refinado de mis formas, el gusto de mis músculos esculpidos por años de sacrificio, piernas e ingles firmes, mi pecho como una pista de patinaje, mis brazos un poco velludos y unos pies largos y esbeltos. Mi boca levemente entreabierta, dejaba escapar mis suspiros de gusto y satisfacción. Un nuevo ritmo corporal se había instalado en mi, era el dueño de mi propio orgasmo y quería hacerlo perdurar todo lo que pudiese.

Una extraña sensación de victoria me inundaba, mi propio regalo era yo mismo. Yo era el destinatario de tanta belleza y el único que conseguiría disfrutar de ella con plenitud.
El agua caía abundante, con lentitud me incorporé. Me sentía feliz, nadie podría adivinar los placeres tan deliciosos que me tenía reservados mi nueva vida.
Definitivamente me convertí en un asceta.

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