lunes, 15 de septiembre de 2008

LA CEREMONIA

El hotel era correcto, céntrico, frío y aséptico. La alfombra del recibidor parecía mullida y mis pies se quedaron clavados entre mechones de larga lana. No podía tragar saliva y el corazón golpeaba mi pecho con fuerza. Cerré los ojos y con pasos muy cortos seguí avanzando notando como mi corazón se salida del pecho, y seguí avanzando y avanzando y avanzando. La cita era a las 4 de la tarde porque tenía que acabar antes de las 7 y sería demasiado complicado dar explicaciones sobre mi falta de puntualidad.

El toque suave pero contundente de la puerta me sacó bruscamente de mis pensamientos. Abrí, le miré y acto seguido e instintivamente bajé la mirada. Pasó sin saludar y las primeras palabras que oí de su boca fueron:
- ¿Sabes lo que te costará, verdad?.
- Por supuesto.

Su voz carecía de personalidad, me preguntó si me quitaría yo la ropa o me desnudaba él.
- Prefiero hacerlo yo sola.

Se sentó en una butaca y observó como fui despojándome de cada prenda. Su mirada era provocadora a la vez que ansiosa no tanto en deseo como en premura. Me dejé caer sobre la cama con los brazos en forma de cruz y con tan solo una braga de algodón blanco sobre mi cuerpo observé como él se desnudaba y se colocaba de rodillas a la altura de mi cintura. Colocó las manos sobre mis pechos y acercó su boca a uno de mis oídos.
- ¿Qué quieres?.
- Quiero todo y luego más.

Un olor amargo me produjo una primera nausea pero al notar su erguido miembro bajando por mi estómago y rozando mi ombligo la nausea se transformó en escalofrío y el escalofrío en ansia y el ansia en deseo. No fue rápido, primero jugó con su lengua en lugares donde jamás había llegado ni siquiera el agua de la ducha. El olor fue más fuerte y empecé a notar como mi cuerpo se rendía y se convulsionaba en rítmicos espasmos que seguían una melodía jadeante. Abrí más las piernas al tiempo que cerré los ojos y sentí un brusco empujón dentro de mi que me estremeció. El ritmo fue aumentando y la pérdida de control acompañó a la de la inocencia. Más olor y un mar de agua entre los dos. Mi voz sin control pronunciaba una mezcla de palabras obscenas mezcladas con Dios mío y mío Dios. La explosión llegó no sé cuando, no se cuanto pasó, cuanto perdí, cuanto gané, cuanto pregunté y cuanto lamenté.

El resbaló de mi y cayó al lado sudoroso y asombrado por la dificultad.
- ¿Ha estado bien esto? ¿era lo que buscabas?.
- Quiero más, seguro que hay más.
- Pues, hay... cien euros más.
- De acuerdo, termina.

Volvió sobre mi y me dio la vuelta. Mis brazos seguían en cruz y mi cara pegada sobre la sábana ocultó toda la vergüenza y el placer y en aquella oscuridad se refugió la boca que seguía blasfemando. Mis manos se cerraron apretando las sábanas y cerrando en un puño todo el pasado. Mi cuerpo ya no era mi cuerpo. Era un cuerpo más, era su cuerpo y el del mundo. No sé cuanto tiempo pasó. Me perdí y perdí mi cuerpo.

Una vez terminado el trabajo “él” me preguntó porqué. Había sido distinto y su trabajo no había resultado el habitual.
- Mañana me caso, mañana me visto para EL, mañana leeré mis votos y mañana renuncio a “ti” y me entrego a EL.

Era un día claro, las campanas de la iglesia sonaban y un coro se oía a lo lejos. Ya era para EL para siempre y mi vida también y mi alma y mi cuerpo.... pero mis ojos ya no miraban el mundo, sólo veían y EL me aceptó. Era mayo, mi vestido era blanco y las hermanas del convento de Santa Mónica me esperaban.

Mi destino se llamaba “clausura”.

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