martes, 6 de mayo de 2008

CRONICA DE "OPINIONES DE UN PAYASO"

La reunión sobre "Opiniones de un Payaso" de Henrich Boll, fué bastante amena y dió lugar a muchos comentarios sobre la postguerra alemana. Mayte encontró un blog donde se comentan los aspectos principales de este libro que reproduzco a continuacion dado que me parecen mas acertados que cualquier otra valoracion que se pueda hacer. Comentar que a Isa no le gustó nada el personaje, al resto parece que nos ha gustado algo mas aunque es un libro lento y algo pesado, muy aleman diría yo. Os dejo con la critica que os comentaba:
Es la historia del arte y del amor. Es la historia de Alemania y de la generación de la posguerra. Pero es también la historia de muchas otras generaciones, perdidas como la mía, que han terminado pagando los platos rotos de la Historia. Posguerras que no se acaban nunca, que de pronto parecen incluso peores que la guerra misma, porque al payaso le toca presenciar cómo todos a su alrededor se reacomodan, con descaro o ceguera oportunista, y cómo él, educado entre el miedo y la crueldad, es dejado como un mendigo en medio del carnaval, cantando en la estación de trenes a la espera de unas pocas monedas que premien su acto. Le duele la rodilla al joven Schnier. Y es un dolor que le impide seguir trabajando, ganándose la vida con su arte. Aunque la rodilla hinchada es sólo la expresión física de un dolor más abarcador y limitante, el dolor que significa ver a sus mayores entregados a la negación sistemática de su historia, envueltos en una hipocresía que margina al payaso, al cómico, por el sólo hecho de no sumarse a la silenciosa fiesta del ocultamiento. Y precisamente sus mayores llevaron al país a un estruendoso desbarranco. Los mayores son sus padres, su familia. Él, un exitoso comerciante del lignito empeñado en mantener en todo momento las buenas costumbres; aunque no es lo único que mantiene, también mantiene a una amante bien instalada en un departamento. Ella, la madre del payaso, una beata tacaña perteneciente al "comité central de las agrupaciones para conciliar las diferencias raciales" que, sin embargo, no dudó en enrolar en la DCA a su hija Henriette, de 16 años, porque "todos deben hacer de su parte para echar a los judíos yanquis de nuestro santo suelo alemán". Y al payaso le duele, porque Henriette murió algunos días después, cerca de Leverkusen, sin que supieran siquiera dónde quedó enterrado su cuerpo; dónde, finalmente, los gusanos hicieron su trabajo. Un fondo putrefacto asienta la vida familiar, recubierto, eso sí, por una higiene maniática, engañosa, en la que el aseo del cuerpo parece un ritual de exculpación, una bella ceremonia que, sin embargo, marca la distancia radical con el payaso. En los buenos tiempos, él acostumbraba a mirar desde la cama del hotel de turno, deslumbrado –el asombro intacto del buen payaso-, cómo su novia emprendía la minuciosa tarea de limpiar sus partes. Uno de los números de Schnier se llama la “Partida y la llegada” y, según explica, la gracia de la representación es que en algún momento el espectador no sabe si el payaso está llegando o está partiendo. Y la vida del payaso, su novela, trasmite esa sensación extraña de nunca llegar ni salir de ninguna parte. Es un ser anómalo, ajeno, que aunque parece estar de regreso a su Bonn natal, en realidad es allí donde está más lejos de todo y de todos. Más que un regreso es una caída en picada, donde el abandono de su novia es sólo la representación de un desamparo radical y definitivo. Ella lo ha dejado para casarse con un católico beato, la nueva casta que ha sabido instalar sus dominios sobre las ruinas de un país culposo. Es un religioso, un político. En definitiva, un administrador de los miedos y la fe de los corderos. Pero son ellos los cínicos, los profanos, porque pese a todo el payaso conserva una religiosidad profunda y sentida, aunque no sepa ni quiera definirla más allá de ese dolor que lo vincula con lo trágico, con la caída, con el exilio.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me parece una síntesis muy acertada.